THE COBRA KNEW
Like all fathers, Mehta Kalu wanted his son to follow the path which he himself had found profitable. He just could not accept his son's lack of interest in anything which he considered practical. He watched him carefully and soon discovered that he enjoyed caring for animals. He also noticed that he enjoyed being out-of-doors, preferring to spend his days out in the fields sitting under a tree. 'This gave him the idea that he might interest his son in becoming a stock- breeder. The next day he said to him. "You seem to be fond of cows and buffaloes."
"I am" said the boy, "they can't ask for what they want so I like to give them what they need." "How do you know what they need?" asked the father. "Through sympathy and understanding," he replied. "They have, like us, hunger not only of the body but of the soul as well."
Not liking the direction the conversation was taking, Mehta Kalu suddenly suggested, "If you're so fond of animals, why not take out a herd to graze?"
"Nothing would please me more," said Nanak. "Then I could make sure that they were well fed." So he began to take a small herd out, the cows and buffaloes following him as if they had always belonged to him. Each evening he would bring them home.
One day while sitting in deep meditation under a banyan tree, unaware of the world around him, his cattle strayed into a neighboring field and feasted on the growing crop. Just as they had almost finished grazing, the owner of the field appeared and saw the result of his labor in ruin. He angrily turned to the boy and screamed, "Wake up, you lazy fool, see what your cattle have done. They've ruined my crop. How am I and my family to live?"
Nanak looked up, his eyes filled with compassion, and said, "Have patience, your field will give you a greater return than ever before."
"You can't deceive me by words," he said. "I'm going to the village chief, Rai Bular. He'll make your father pay the full value of the crop." Shouting and complaining, he ran to the village.
Then the boy, his eyes full of love, gazed upon the ruined field and it smiled back a green and luxuriant crop.
Meanwhile, the owner found Rai Bular and bitterly told him of his loss. "Calm down," the chief said. "I'll send an appraiser with you who will estimate the loss and I'll personally see that you are fully compensated." He gave instructions to the appraiser who, accompanied by the owner, came to the field. They were astonished when they arrived, for the field was lush with a growing crop.
The appraiser began to yell at the owner. "Have you no eyes? Were you blind not to see that your crop was all right."
The owner could not believe his eyes. He touched the crop with his hands and held his head down and said, "What can I say? A miracle has happened. My eyes did not deceive me. I was in full possession of my senses. I saw what I saw."
The appraiser returned to Rai Bular and told him what had happened. He had heard of Nanak and the episode with his teacher and this confirmed his belief that Nanak was no ordinary boy.
A few days later, Rai Bular saw an astonishing scene himself. He was returning from an adjoining village, when from a distance, he saw Nanak sleeping in a pasture with a cobra raised above him, its hood protecting the boy's head from the scorching sun, while all the cattle sat peacefully around. Thinking that Nanak was bitten or dead, he rushed to the spot. As he reached the boy, the cobra disappeared and Nanak got up and greeted him with a smile. Rai Bular was so moved that he jumped down from his horse, embraced the boy and kissed him. From that day forward, he never failed to support the young Nanak whom he believed to be a messenger of God.
LA COBRA LO SABÍA
Como todos los padres, Mehta Kalu quería que su hijo siguiera el camino que él mismo había encontrado lucrativo. No podía simplemente aceptar la falta de interés de su hijo en nada que considerara práctico. Lo observó cuidadosamente y pronto descubrió que le gustaba cuidar de los animales. También notó que disfrutaba estar al aire libre, prefiriendo pasar sus días en los campos, sentado bajo un árbol. Esto le dio la idea de que su hijo podría interesarse en ser ganadero. El siguiente día le dijo: "Parece que te gustan las vacas y los búfalos."
"Sí," dijo el chico, "ellos no pueden pedir lo que quieren, así que me gusta darles lo que necesitan."
"¿Cómo sabes lo que necesitan?" preguntó el padre.
"Con compasión y entendimiento," replicó. "Ellos tienen, como nosotros, hambre no sólo del cuerpo sino también del alma."
Sin gustarle del todo la dirección que la conversación estaba tomando, Mehta Kalu de repente sugirió, "Si te gustan tanto los animales, ¿por qué no llevas una manada a pastar?"
"Nada me agradaría más," dijo Nanak. "Entonces podría asegurarme que estén bien alimentados."
Así que empezó a llevar a una pequeña manada al campo, las vacas y los búfalos lo seguían como si toda la vida le hubieran pertenecido. Cada noche los traía de vuelta a la casa.
Un día, mientras se encontraba sentado en profunda meditación bajo un árbol de banyan, sin darse cuenta del mundo a su alrededor, su ganado invadió un campo vecino y devoró el cultivo ya brotado. Justo cuando el ganado había ya casi terminado de arrasar el campo cultivado, el dueño del campo apareció y vio el resultado de su trabajo en ruinas. Muy enojado se volvió hacia el muchacho y le gritó: "Despiértate, tonto holgazán, mira lo que hizo tu ganado. Ha arruinado mi cultivo. ¿De qué vamos a vivir ahora mi familia y yo?"
Nanak miró, sus ojos se llenaron de compasión y le dijo: "Ten paciencia, tu campo te dará una cosecha más abundante que nunca."
"No puedes engañarme con palabras," dijo, "Voy a ir junto al jefe de la aldea, Rai Bular. Él hará que tu padre pague el valor total de la cosecha." Gritando y quejándose, corrió hasta la aldea.
Entonces el muchacho, con sus ojos llenos de amor, paseó su mirada por el campo arruinado y éste le sonrió de vuelta con un cultivo verde y exuberante.
Mientras tanto, el dueño del campo encontró a Rai Bular y amargamente le contó sobre su pérdida. "Cálmate," le dijo el jefe. "Enviaré a un tasador contigo para tasar la pérdida y yo personalmente me encargaré de que seas totalmente compensado." Dio instrucciones al tasador quien, acompañado por el propietario, fue hasta el campo. Se quedaron sorprendidos cuando llegaron, ya que el campo estaba lozano y con un cultivo en crecimiento.
El tasador empezó a gritar al dueño. "¿No tienes ojos? ¿Estabas ciego que no viste que tu cultivo estaba bien?"
El dueño no podía creer lo que veía. Tocó el cultivo con sus manos y bajó su cabeza diciendo: "¿Qué puedo decir? Ha sucedido un milagro. Mis ojos no me engañaron. Estaba en pleno uso de mis sentidos. Vi lo que vi." El tasador volvió junto a Rai Bular y le contó lo que había sucedido. Él había oído hablar de Nanak y del episodio con su maestro, por lo que esto confirmó su opinión de que Nanak no era un muchacho ordinario.
Unos días después, Rai Bular mismo vio una escena sorprendente.
Estaba volviendo de una aldea vecina cuando, desde la distancia, vio a Nanak durmiendo en un pastizal con una cobra levantada sobre él. La capa de la serpiente estaba protegiendo la cabeza del muchacho del sol ardiente, mientras todo el ganado estaba en paz, asentado alrededor. Pensando que Nanak había sido mordido o estaba muerto, se apresuró a llegar hasta el lugar. Cuando llegó hasta el muchacho, la cobra desapareció y Nanak se levantó de un salto y le saludó con una sonrisa.
Rai Bular se conmovió tanto que saltó de su caballo, abrazó al muchacho y lo besó. Desde ese día, nunca dejó de apoyar al joven Nanak, a quien creía ser un mensajero de Dios.